domingo, 4 de septiembre de 2011

Se que mereces que te quiera.

Odio cuando me miras así.

Miento.

Me gusta y me disgusta casi de igual manera.

Me fascina tu ternura. Nadie nunca me ha mirado como lo haces tú. Quizá nadie más lo haga. Así, profundamente, como si pudieras ver más allá de mí. Más allá de todo.

Me miras como si en todos estos años no me hubieras mirado nunca. Y lo hicieras hoy por primera vez, como si acabaras de descubrirme.

Y no puedo sostenerla. Aparto la mirada y aun así puedo sentir tus ojos clavados en mí. En ese punto que yo misma desconozco, detrás de todo lo que soy y de lo que nunca seré.

Fijo los ojos en otro punto.

Entonces pasa el momento y te miro. Y sonríes. Y yo te devuelvo la sonrisa. Siempre me ha sido fácil sonreír.

Al segundo me maldigo a mí misma. A mí y a este corazón empeñado en desear lo que quizá nunca tendrá y a sentir solo cariño por aquello que tendría si pudiera levantar la mirada.

Quizá estemos condenados a este juego toda una vida. O solo hasta que tú encuentres a alguien que si pueda mirarte así, como lo haces tú. Ese día tu vida cobrará sentido y yo me sentiré contenta.

Contenta y triste casi de igual manera.